Impaciente, con la mirada puesta en
cada joven que pasaba, el pequeño Valentín se preguntaba: ¿será ella, será
ella? No le quedaba más que esperar, y eso hizo; mientras el tiempo pasaba, ese
niño con lentes muy grandes para su pequeño rostro, recordaba a las antiguas
novias que le había presentado su papá, pero él quería que esta vez fuera
diferente. De pronto escuchó una voz que mencionaba su nombre, así que volteó
al instante. El niño no podía creer lo que veía; ¿es acaso una ilusión, un
sueño, un ángel? La nueva novia de su padre era bella, creo yo, incluso más de
lo que esperaba.
Valentín quería causar una buena
impresión; sin embargo, derramó una bebida sobre la mesa de la pequeña pizzería
donde habían ido a comer. Y como si se tratara de una cruel broma del destino,
tiró otro vaso sobre la mesa. Inmóvil, pasmado, atónito, Valentín pensaba cómo
hacer para solucionar lo que había hecho; le habló de que la coca cola no
manchaba la ropa, pues eso le había dicho su abuela, pero la joven le dijo que
no le había caído. Luego la conversación fluyó con normalidad: como si se
conocieran de años, como si ella fuera la indicada.